Optimistas a la fuerza, pase lo que pase
El pensamiento positivo impone que la crisis es una oportunidad y no una desgracia - Esta seudoideología arrasa en EE UU y defiende que no falla el sistema, sino la actitud de cada uno
RAMÓN MUÑOZ 17/07/2011
"Ya, ya, sabemos que está en paro, pero con esa actitud negativa no se llega a ninguna parte. Sonría, sonría". "Sí, sí, puede que tenga cáncer pero no interiorice lo que le está pasando como una desgracia sino como un desafío". No, no es un diálogo inventado. Estas frases se han convertido en un lugar común y resumen la corriente de pensamiento de que la desgracia en sus variadas formas no es, en realidad, un infortunio sino un reto, y que acabar en las filas del desempleo o contraer una enfermedad grave, por ejemplo, es una oportunidad de cambiar de vida, de superación personal.
La llegada de la crisis más dura desde la Gran Depresión de 1929 ha acentuado esta teoría conocida en Estados Unidos como pensamiento positivo. Esta seudoideología casi infantil es suscrita al alimón por economistas, políticos, psicólogos, médicos y estrellas de la televisión. Según la misma, las víctimas de la crisis no solo tienen que sufrir en silencio su desgracia sino que casi se ven obligadas a estar contentas, como ha denunciado la escritora estadounidense Barbara Ehrenreich en su libro Sonríe o muere (Editorial Turner, 2011), que ha resultado todo un alarido contra "la trampa del pensamiento positivo".
La autora ejemplifica este pensamiento en el acoso psicológico que sufren los parados en los seminarios de motivación y cursos de recolocación, tan de moda ahora, sobre todo tras los ajustes en las grandes empresas. "Había gente a la que habían echado del trabajo y que se dirigía cuesta abajo y sin frenos hacia la pobreza, a la que se decía que debía ver su situación como una oportunidad digna de ser bienvenida. También en este caso el resultado que nos prometían era una especie de cura; la persona que pensaba en positivo no solo se sentiría mejor mientras buscaba trabajo, sino que para ella ese trámite acabaría antes y más felizmente".
Aunque las raíces de este movimiento sean más antiguas (Ehrenreich lo entronca con una evolución del calvinismo norteamericano a partir de 1850), las sencillas premisas en las que se basa se han difundido por el mundo en libros de autoayuda y superación como el archifamoso ¿Quién se ha llevado mi queso?, de Spencer Johnson, que permaneció durante cinco años en la lista de los más vendidos desde que se publicó en 1998. El queso que persiguen cuatro ratoncillos simboliza la felicidad, la riqueza, el empleo y el bienestar que busca cada uno. Y la parábola incita a adaptarse a las nuevas circunstancias en esa búsqueda en lugar de lamentarse cuando te mueven tu queso.
En la misma línea elemental, más recientemente ha causado furor El secreto (2007), de Rhonda Byrne, que desvela una nueva ley que viene a ser al mundo personal lo que la ley de la gravedad es para la física, aunque su demostración empírica sea bastante más dudosa. Se trata de la ley de atracción, cuyo enunciado dice que "cualquier idea que esté en la mente se atrae hacia la vida". Obviamente, si las imágenes que te dan vueltas en la cabeza son positivas, atraparás éxito, mansiones, dinero... Así que, pase lo que pase, piensa en positivo. El colmo de estas publicaciones es el bestseller Nos despidieron...Y es lo mejor que nos ha pasado nunca (2005) de Harvey Mackay.
"A los estadounidenses se les insta a pensar en las desgracias como oportunidades. El desempleo supuestamente ofrece la oportunidad de pasar a un trabajo mucho mejor, como sugiere el libro de Mackay. Del mismo modo, la enfermedad ofrece una oportunidad de crecimiento personal para llegar a ser más sensibles, espirituales y evolucionados. Así que si nos fijamos en las cosas positivamente, nunca hay ninguna razón para quejarse. Y si, después de meses o años, todavía no has encontrado un puesto de trabajo -o si el cáncer ha hecho metástasis- solo tienes que trabajar más duro para ser positivo y superarlos", señala Ehrenreich, en declaraciones a este diario.
El positivismo como ideología también prende en España. En el ámbito político, el presidente del Ejecutivo, José Luis Rodríguez Zapatero, ha hecho del optimismo la misma razón de su Gobierno. Desde su famosa negación de la crisis ("No estamos en crisis. Solo tenemos alguna dificultad que nos viene de fuera" (7 de febrero de 2008), a sus reiteradas acusaciones de "antipatriotas" a los que alertaban sobre ella o aquella categórica advertencia cuando el paro comenzó a desbocarse: "El pesimismo no crea ningún puesto de trabajo" (1 de junio de 2008). Su optimismo tampoco parece que haya servido de mucho. Desde que pronunciara esa frase, el número de parados se ha incrementado en dos millones y medio.
Curiosamente, el PP también bebe de la misma ideología. Su receta para remontar la crisis es conjurar la palabra mágica, "confianza", sin más concreciones.
En el ámbito académico también se piensa que hay que ver la crisis con otros ojos. Escuelas de negocios como IESE y ESADE han organizado varios ciclos de conferencias bajo el título de La crisis como oportunidad. Y se han publicado decenas de libros desarrollando esas oportunidades. Entre los más famosos están dos que casi llevan el mismo título: La buena crisis, de Alex Rovira (Aguilar, 2009) y Buena crisis, de Jordi Pigem (Kairós, 2009). La coincidencia no acaba aquí. Cada uno de los autores prologó el libro del otro. Y los dos refutan radicalmente que se les considere escritores de autoayuda. Y su forma de entender la crisis es más crítica que la de los autores estadounidenses.
"Más que una crisis económica es una crisis de conciencia. Hemos negado la realidad y nos ha estallado en las narices. Estamos en crisis por ambición, por narcisismo. Hemos comprado con dinero que no teníamos cosas que no necesitábamos para impresionar a quienes no conocíamos o no nos caían bien, en un delirio colectivo que no se podía sostener. Lo bueno de esta crisis es que nos lleve a tomar conciencia de quién nos gobierna en lo privado y en lo público, y a reinventarnos, desde la formación, la innovación. Ponernos a llorar no sirve de nada porque mamá Estado no nos va a llenar la mano. Es el momento de asumir riesgos porque si nos quedamos en un rincón la crisis se repetirá", dice Rovira.
Pigem también considera que la crisis ha servido, al menos, para tomar conciencia de que el sistema no funciona, como han puesto de manifiesto las protestas del 15-M. "El término crisis viene de la medicina y describe el momento en el cual el paciente se sana o empeora. Si se recuperaba, se decía que el paciente había tenido una crisis feliz o una buena crisis. Estamos en un sistema que ya estaba enfermo, que iba hacia el colapso ecológico pero que como todos estábamos inmersos en el consumo parecía que iba bien. Y dentro de la crisis se puede empeorar y volverse más hacia la sed de control, la violencia, la alienación o puede transformarse hacia un mundo más sano, sensato, ecológico, justo y más sabio".
Uno de los argumentos falaces que emplean los positivistas es dividir el mundo entre los que piensan en positivo como ellos y los pesimistas depresivos. Y está claro que, puestos a elegir, es preferible vivir en una nube que sumergido en una ciénaga melancólica. En esta división interesada se olvida que hay otra categoría de seres humanos que han contribuido mucho más que cualquier otra al progreso: los realistas.
Afrontar los problemas desde el realismo, aunque eso implique un pesimismo inicial, hubiera, por ejemplo, suavizado las consecuencias de la crisis financiera internacional. Como relata de forma magistral el documental Inside job, cualquiera que se atrevía a alertar sobre la enorme burbuja que se estaba cociendo en torno a los productos financieros tóxicos, basados en hipotecas impagables, era automáticamente ridiculizado o condenado al ostracismo. Los signos de que toda esa riqueza se estaba construyendo sobre una enorme montaña de deuda sin ningún sostén eran cada vez más evidentes y las voces que lo denunciaban también.
¿Por qué nadie las escuchó hasta que la quiebra de Lehman Brothers devolvió al mundo a la realidad? "Una buena respuesta a estas preguntas es que a nadie le gusta ser un aguafiestas", respondía el Nobel de Economía Paul Krugman en una tribuna en EL PAÍS. "¿Quién tenía ganas de escuchar a unos economistas patéticos advirtiendo que todo aquello era, en realidad, un negocio piramidal de dimensiones descomunales?", añade.
En España, en plena explosión vírica de la crisis, las cámaras de comercio y 18 de las grandes empresas y entidades financieras lanzaron el año pasado la campaña Entre todos lo arreglamos. Frente al marasmo económico trataba de animar al ciudadano de a pie con mensajes como: "La crisis no solo está ahí fuera, también está en nuestras cabezas. Nos ha hecho perder la confianza, nos ha contagiado el pesimismo, el desánimo. Esto es lo primero que debemos arreglar, queremos recuperar la confianza. Tenemos motivos para animarnos. En esta web encontrarás muchos". Famosos (y casi todos millonarios) como Andreu Buenafuente, Pau Gasol o Javier Mariscal, entre otros, animaban a plantar cara a la crisis a los ciudadanos, muchos de los cuales habían perdido su trabajo o temían perderlo, sufrían recortes de salario mientras se encarecían los servicios básicos y subían los impuestos. La campaña de publicidad costó cuatro millones de euros. Hoy la web está inactiva y se da la irónica circunstancia de que alguna de las compañías que la costearon han emprendido fuertes ajustes de plantilla o han recibido ayudas públicas.
En EE UU, el pensamiento positivo se ha colado en las iglesias. Como denuncia Ehrenreich, el primitivo calvinismo que condenaba cualquier goce mundano y llamaba a la austeridad ha dado paso a macroiglesias, con telepredicadores que no solo no esconden su riqueza sino que hacen de la ostentación el centro de la "teología de la prosperidad": Dios premia con riquezas a quien tiene una actitud positiva. Oradores evangelistas como Joyce Meyer, Creflo Dollar, Benny Hinn o el matrimonio Copeland vuelan en aviones privados y han amasado fortunas con ese mensaje.
Aunque sin duda, el principal vehículo de difusión de la dictadura del optimismo son los medios de comunicación y las grandes estrellas mediáticas, como la presentadora estadounidense Oprah Winfrey, la mujer negra más rica del mundo. "Los medios de comunicación han jugado un papel importante. Oprah, Ellen DeGeneres y otros anfitriones de talk shows han promovido todos los grandes libros de pensamiento positivo y a sus gurús. La televisión nos trae, además, a los predicadores, cuyo mensaje es que Dios quiere que seas rico y que puedes tener lo que quieras simplemente visualizándolo", responde la autora de Sonríe o muere.
Como ella, muchos dudan de que esta ideología sea una muestra de ingenuidad y ven en ella una excusa ideal utilizada por los que causaron la crisis para exonerarse de cualquier culpa y lanzarla sobre los hombros de quienes sufren sus consecuencias. Como dice Ehrenreich: "El pensamiento positivo es en realidad un brillante método de control social, ya que anima a la gente a pensar que no hay nada malo en el sistema (la economía, la contaminación ambiental). Y que lo que está mal tiene que ver con usted, con la actitud personal de cada uno".
Las víctimas
- Desde el tercer trimestre de 2007, alrededor de 3,2 millones de españoles han perdido su empleo.
- Unos 900.000 jóvenes en paro no reúnen las condiciones ni para incorporarse al mercado laboral ni para acceder a formación profesional.
- El número de personas atendidas por Caritas ha pasado de 400.000 en 2007 a 950.000 en 2010.
- Cerca del 25% de los niños españoles viven en situación de pobreza, según la Encuesta de Condiciones de Vida 2010.
- Los desahucios se han cuadruplicado desde 2007. En el primer trimestre de 2011 se batió el récord con 25.000 ejecuciones hipotecarias.
Demos la bienvenida al cáncer
En el lenguaje de lo positivo una enfermedad grave es también un reto, porque nos ofrece una ocasión inmejorable de demostrar nuestro afán de superación. Así que el enfermo no solo no debe quejarse sino casi dar la bienvenida a la enfermedad, porque le va dar la oportunidad de dar un giro en su vida.
El caso del cáncer es sintomático. La filosofía de lo agradable envuelve el cáncer bajo una jerga bélica, de "valientes luchadores" que se enfrentan al tumor como a un batallón enemigo hasta derrotarle. En ese lenguaje no hay lugar para "víctimas" ni "pacientes", como denuncia Barbara Ehrenreich en Sonríe o muere. La autora, que vivió en sus carnes un cáncer de mama, relata su extrañeza al descubrir que desde que le diagnosticaron la enfermedad le incitaron a animarse, a aprovechar esa vivencia para eliminar los sentimientos tóxicos, porque, una vez más, solo teniendo una actitud positiva se derrota al cáncer.
Esta teoría está tan extendida que se ha convertido casi en un dogma irrefutable. Así que los enfermos, como "luchadores", no tienen derecho a estar tristes ni a deprimirse. Para cercarlos aún más, los medios siempre están haciendo hincapié en los estudios que pretenden demostrar que ser positivo da salud y aumenta la longevidad, mientras que restan importancia a los que demuestran que no tiene ningún efecto en absoluto, denuncia Ehrenreich.
Lamentablemente, esas teorías tienen tanta credibilidad como los productos mágicos de la teletienda, como señala Maria Die Trill, responsable de la Unidad de Psico-Oncología del Hospital Gregorio Marañón. "Ninguna investigación ha podido demostrar que la actitud o las emociones influyan en la progresión del cáncer. Es un mito".
Die Trill asegura que cuando reciben a los pacientes a los que acaban de diagnosticar un cáncer les tiene que hacer una "especie de desintoxicación" porque su médico y la gente de su entorno les han dicho que tienen que estar contentos para superar la enfermedad. "Y como realmente no pueden estarlo, porque el cáncer es, en realidad, una situación de duelo, se sienten culpables. Por lo que, además de sufrir los efectos de la enfermedad y su tratamiento, tienen una sobrecarga anímica, la necesidad de estar optimistas y reírse aunque se estén enfrentando a la muerte".
© EDICIONES EL PAÍS S.L. - Miguel Yuste 40 - 28037 Madrid [España] - Tel. 91 337 8200
jueves, 21 de julio de 2011
domingo, 17 de julio de 2011
Choque de clases
Choque de clases
MOISÉS NAÍM 17/07/2011
La principal fuente de los conflictos venideros no van a ser los choques entre civilizaciones, sino las expectativas frustradas de las clases medias, que declinan en los países ricos y crecen en los países pobres.
La teoría del "choque de civilizaciones", popularizada por Samuel Huntington, mantiene que, una vez agotado el enfrentamiento ideológico entre comunismo y capitalismo, los principales conflictos internacionales surgirán entre países con diferentes identidades culturales y religiosas. "El choque de civilizaciones dominará la política global. Las fallas tectónicas que dividen las civilizaciones definirán los frentes de batalla del futuro", escribió en 1993. Para muchos, los ataques de Al Qaeda y las guerras en Afganistán e Irak confirmaron esta visión. Pero en realidad, lo que ha ocurrido es que los conflictos se han dado más dentro de las civilizaciones que entre ellas. Los piadosos terroristas islámicos han asesinado más musulmanes inocentes que nadie. Y las pugnas entre chiíes y suníes siguen produciendo víctimas, la mayoría musulmanas.
En mi opinión, una fuente mucho más importante de conflictos que los choques entre culturas o religiones serán los cambios en los ingresos de las clases medias en los países ricos -donde están declinando- y en los países pobres -donde están aumentado-. Tanto el aumento como la disminución de los ingresos generan expectativas frustradas que alimentan la inestabilidad social y política.
Los países pobres de rápido crecimiento económico tienen hoy la clase media más numerosa de su historia. Es el caso de Brasil y Botsuana, China, Chile, India e Indonesia, entre otros. Estas nuevas clases medias no son tan prósperas como las de los países desarrollados, pero sus integrantes gozan de un nivel de vida sin precedentes. Mientras tanto, en países como España, Francia o Estados Unidos la situación de la clase media está empeorando. En un millón y medio de familias españolas todos los miembros en edad laboral están desempleados. Solo el 8% de los franceses opina que sus hijos tendrán una vida mejor que ellos. En 2007, el 43% de los estadounidenses aseguraba que su sueldo solo les alcanzaba para llegar a fin de mes. Hoy el 61% dice estar en esta situación.
Por otro lado, las aspiraciones insatisfechas de la clase media china o brasileña son tan políticamente incandescentes como la nueva inseguridad económica de la clase media que está dejando de serlo en España o Italia. Los Gobiernos respectivos se ven sometidos a enormes presiones, ya sea para responder a las crecientes exigencias de la nueva clase media o para contener la caída del nivel de vida de la clase media existente.
Inevitablemente, algunos políticos en los países avanzados aprovecharán este descontento para culpar del deterioro económico al auge de otras naciones. Dirán que los empleos perdidos en EE UU o Europa, o los salarios estancados, se deben a la expansión de China, India o Brasil. Esto no es cierto. Las más rigurosas investigaciones revelan que la pérdida de empleos o la disminución de los salarios en los países desarrollados no se deben al rápido crecimiento de los países emergentes, sino al cambio tecnológico, a una productividad anémica, a la política de impuestos y a otros factores domésticos.
A su vez, en los países pobres, la nueva clase media que ha mejorado su consumo de comida, ropa, medicinas y viviendas rápidamente exigirá más y mejores escuelas, agua, hospitales, transportes y todo tipo de servicios públicos. Chile es uno de los países económicamente más exitosos y políticamente más estables del mundo, y su clase media ha venido creciendo sistemáticamente. No obstante, las protestas callejeras por la mejora de la educación pública son recurrentes. Los chilenos no quieren más escuelas, quieren mejores escuelas. Y para todo gobierno es mucho más fácil construir una escuela que mejorar la calidad de la enseñanza que allí se imparte. En China se dan cada año miles de manifestaciones para reclamar más o mejores servicios públicos. En Túnez, la frustración de la gente derribó al régimen de Ben Ali, a pesar de que es el país con el mejor desempeño económico del norte de África. No existe gobierno alguno que pueda satisfacer las nuevas exigencias de una clase media en auge a la misma velocidad con la que se producen. Ni gobierno que pueda sobrevivir a la furia de una clase media próspera que ve cómo cada día su situación desmejora.
La inestabilidad política causada por estas frustraciones ya es visible en muchos países. Sus consecuencias internacionales aún no son tan obvias. Pero lo serán.
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MOISÉS NAÍM 17/07/2011
La principal fuente de los conflictos venideros no van a ser los choques entre civilizaciones, sino las expectativas frustradas de las clases medias, que declinan en los países ricos y crecen en los países pobres.
La teoría del "choque de civilizaciones", popularizada por Samuel Huntington, mantiene que, una vez agotado el enfrentamiento ideológico entre comunismo y capitalismo, los principales conflictos internacionales surgirán entre países con diferentes identidades culturales y religiosas. "El choque de civilizaciones dominará la política global. Las fallas tectónicas que dividen las civilizaciones definirán los frentes de batalla del futuro", escribió en 1993. Para muchos, los ataques de Al Qaeda y las guerras en Afganistán e Irak confirmaron esta visión. Pero en realidad, lo que ha ocurrido es que los conflictos se han dado más dentro de las civilizaciones que entre ellas. Los piadosos terroristas islámicos han asesinado más musulmanes inocentes que nadie. Y las pugnas entre chiíes y suníes siguen produciendo víctimas, la mayoría musulmanas.
En mi opinión, una fuente mucho más importante de conflictos que los choques entre culturas o religiones serán los cambios en los ingresos de las clases medias en los países ricos -donde están declinando- y en los países pobres -donde están aumentado-. Tanto el aumento como la disminución de los ingresos generan expectativas frustradas que alimentan la inestabilidad social y política.
Los países pobres de rápido crecimiento económico tienen hoy la clase media más numerosa de su historia. Es el caso de Brasil y Botsuana, China, Chile, India e Indonesia, entre otros. Estas nuevas clases medias no son tan prósperas como las de los países desarrollados, pero sus integrantes gozan de un nivel de vida sin precedentes. Mientras tanto, en países como España, Francia o Estados Unidos la situación de la clase media está empeorando. En un millón y medio de familias españolas todos los miembros en edad laboral están desempleados. Solo el 8% de los franceses opina que sus hijos tendrán una vida mejor que ellos. En 2007, el 43% de los estadounidenses aseguraba que su sueldo solo les alcanzaba para llegar a fin de mes. Hoy el 61% dice estar en esta situación.
Por otro lado, las aspiraciones insatisfechas de la clase media china o brasileña son tan políticamente incandescentes como la nueva inseguridad económica de la clase media que está dejando de serlo en España o Italia. Los Gobiernos respectivos se ven sometidos a enormes presiones, ya sea para responder a las crecientes exigencias de la nueva clase media o para contener la caída del nivel de vida de la clase media existente.
Inevitablemente, algunos políticos en los países avanzados aprovecharán este descontento para culpar del deterioro económico al auge de otras naciones. Dirán que los empleos perdidos en EE UU o Europa, o los salarios estancados, se deben a la expansión de China, India o Brasil. Esto no es cierto. Las más rigurosas investigaciones revelan que la pérdida de empleos o la disminución de los salarios en los países desarrollados no se deben al rápido crecimiento de los países emergentes, sino al cambio tecnológico, a una productividad anémica, a la política de impuestos y a otros factores domésticos.
A su vez, en los países pobres, la nueva clase media que ha mejorado su consumo de comida, ropa, medicinas y viviendas rápidamente exigirá más y mejores escuelas, agua, hospitales, transportes y todo tipo de servicios públicos. Chile es uno de los países económicamente más exitosos y políticamente más estables del mundo, y su clase media ha venido creciendo sistemáticamente. No obstante, las protestas callejeras por la mejora de la educación pública son recurrentes. Los chilenos no quieren más escuelas, quieren mejores escuelas. Y para todo gobierno es mucho más fácil construir una escuela que mejorar la calidad de la enseñanza que allí se imparte. En China se dan cada año miles de manifestaciones para reclamar más o mejores servicios públicos. En Túnez, la frustración de la gente derribó al régimen de Ben Ali, a pesar de que es el país con el mejor desempeño económico del norte de África. No existe gobierno alguno que pueda satisfacer las nuevas exigencias de una clase media en auge a la misma velocidad con la que se producen. Ni gobierno que pueda sobrevivir a la furia de una clase media próspera que ve cómo cada día su situación desmejora.
La inestabilidad política causada por estas frustraciones ya es visible en muchos países. Sus consecuencias internacionales aún no son tan obvias. Pero lo serán.
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jueves, 14 de julio de 2011
La cuestión de la identidad social.
La cuestión de la identidad social.
David Álvarez Martín.
La primera cuestión es delimitar si existe una diferencia en lo que acostumbramos denominar identidad social (en cuanto pertenecemos a una determinada cultura, nación, religión, etnia, etc.) y la identidad que llamaríamos personal (en cuanto soy fulano o mengano, soy hombre o mujer, etc.) Entre una y otra hay “grados” como los procesos de identificación que generan profesiones, ser parte de un grupo social, los miembros de congregaciones religiosas, los egresados de ciertas escuelas o universidades, etc. Diferenciar entre estos “niveles” de identificación y reconocer los elementos comunes a todos nos ayudara a profundizar en lo que llamamos identidad, sus aportes para una vida plenamente humana y sus patologías. Necesitamos una fenomenología de la identidad humana. Antes de valorar patologías de la identidad social que puedan conducir a la violencia, a la agresión, etc., y proponer formas terapéuticas para su sanación, debemos tener una compresión meridiana al menos de lo que significa la identidad.
La identidad (refiriéndome a la variedad expresada en el punto anterior) de entrada es algo que “somos”, no que “tenemos”, por tanto siempre que preguntamos a alguien quién es o intentáramos averiguar quienes son tal o cual grupo de personas, la respuesta será una indicación de identidad (soy yo, no soy, soy como soy, soy Juan o soy María, soy un artista, soy dominicano o soy catalán, soy católico o soy ateo, somos el pueblo tal, etc.). La identidad nos compromete de manera esencial, desde ella, como retina de nuestros ojos, vemos el mundo, las relaciones, los valores, los otros, y a la vez nuestra identidad nos ubica en el seno de esa cosmovisión. Qué significa existir, ser, ser hombre o adulto en la sociedad en que vivo. Quiénes pueden ser mis aliados o mis rivales. Quiénes mis superiores, mis inferiores o mis iguales. A quiénes debo amar y a quiénes odiar. Y dicho en términos evangélicos, quién es mi prójimo.
Todos estamos de acuerdo que los procesos de identificación, al ser constitutivos en diversos grados de nuestro ser como persona, no son escogidos libremente. A cada uno lo forjaron de tal o cual manera. El núcleo familiar, la escuela, la sociedad, la cultura, los medios de comunicación, los grupos sociales, nos fueron definiendo de manera compleja los diversos rasgos de identidad individual, de género, de pertenencia a una familia, de clase social, de creencias religiosas, de nacionalidad, entre otros. En la medida que alcanzamos cierta edad -en esto necesitamos la ayuda de psicólogos y pedagogos- podemos desarrollar una actitud crítica hacia los perfiles de identidad que nos han articulado, muchos toman distancia de los valores y creencias de sus padres y ancestros, debido a viajes al exterior pueden relativizar la identidad de la sociedad de donde es oriundo, en eso los medios de comunicación actuales contribuyen en gran medida incluso en quienes no han salido de su tierra natal. A ese punto de nuestra existencia en que comenzamos a dejar de habitar cómodamente en la identidad recibida y comenzamos a relativizar, a pensar críticamente, a ponderar la legitimidad de otras identidades, justo a partir de ese punto tenemos espacios de libertad personal para cuestionar los valores contenidos en nuestras formas de identidad. Es a partir de ese punto –que regularmente se ubica en la adolescencia, la juventud, la adultez temprana- que se puede iniciar una valoración crítica de las identidades donde nos hayamos insertos y se da la posibilidad de evaluar críticamente lo recibido y reconstruir las formas de identidad donde nos encontramos ubicados. A la vez se nos abre un campo para evaluar los procesos educativos –formales e informales- que gestan modelos de identidad patológicos, que impulsan a la discriminación, la xenofobia, el machismo, y tantas formas de identidad que conducen a la agresión.
David Álvarez Martín.
La primera cuestión es delimitar si existe una diferencia en lo que acostumbramos denominar identidad social (en cuanto pertenecemos a una determinada cultura, nación, religión, etnia, etc.) y la identidad que llamaríamos personal (en cuanto soy fulano o mengano, soy hombre o mujer, etc.) Entre una y otra hay “grados” como los procesos de identificación que generan profesiones, ser parte de un grupo social, los miembros de congregaciones religiosas, los egresados de ciertas escuelas o universidades, etc. Diferenciar entre estos “niveles” de identificación y reconocer los elementos comunes a todos nos ayudara a profundizar en lo que llamamos identidad, sus aportes para una vida plenamente humana y sus patologías. Necesitamos una fenomenología de la identidad humana. Antes de valorar patologías de la identidad social que puedan conducir a la violencia, a la agresión, etc., y proponer formas terapéuticas para su sanación, debemos tener una compresión meridiana al menos de lo que significa la identidad.
La identidad (refiriéndome a la variedad expresada en el punto anterior) de entrada es algo que “somos”, no que “tenemos”, por tanto siempre que preguntamos a alguien quién es o intentáramos averiguar quienes son tal o cual grupo de personas, la respuesta será una indicación de identidad (soy yo, no soy, soy como soy, soy Juan o soy María, soy un artista, soy dominicano o soy catalán, soy católico o soy ateo, somos el pueblo tal, etc.). La identidad nos compromete de manera esencial, desde ella, como retina de nuestros ojos, vemos el mundo, las relaciones, los valores, los otros, y a la vez nuestra identidad nos ubica en el seno de esa cosmovisión. Qué significa existir, ser, ser hombre o adulto en la sociedad en que vivo. Quiénes pueden ser mis aliados o mis rivales. Quiénes mis superiores, mis inferiores o mis iguales. A quiénes debo amar y a quiénes odiar. Y dicho en términos evangélicos, quién es mi prójimo.
Todos estamos de acuerdo que los procesos de identificación, al ser constitutivos en diversos grados de nuestro ser como persona, no son escogidos libremente. A cada uno lo forjaron de tal o cual manera. El núcleo familiar, la escuela, la sociedad, la cultura, los medios de comunicación, los grupos sociales, nos fueron definiendo de manera compleja los diversos rasgos de identidad individual, de género, de pertenencia a una familia, de clase social, de creencias religiosas, de nacionalidad, entre otros. En la medida que alcanzamos cierta edad -en esto necesitamos la ayuda de psicólogos y pedagogos- podemos desarrollar una actitud crítica hacia los perfiles de identidad que nos han articulado, muchos toman distancia de los valores y creencias de sus padres y ancestros, debido a viajes al exterior pueden relativizar la identidad de la sociedad de donde es oriundo, en eso los medios de comunicación actuales contribuyen en gran medida incluso en quienes no han salido de su tierra natal. A ese punto de nuestra existencia en que comenzamos a dejar de habitar cómodamente en la identidad recibida y comenzamos a relativizar, a pensar críticamente, a ponderar la legitimidad de otras identidades, justo a partir de ese punto tenemos espacios de libertad personal para cuestionar los valores contenidos en nuestras formas de identidad. Es a partir de ese punto –que regularmente se ubica en la adolescencia, la juventud, la adultez temprana- que se puede iniciar una valoración crítica de las identidades donde nos hayamos insertos y se da la posibilidad de evaluar críticamente lo recibido y reconstruir las formas de identidad donde nos encontramos ubicados. A la vez se nos abre un campo para evaluar los procesos educativos –formales e informales- que gestan modelos de identidad patológicos, que impulsan a la discriminación, la xenofobia, el machismo, y tantas formas de identidad que conducen a la agresión.
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