La cuestión de la universidad.
David Alvarez Martín
A partir del proceso de la reforma del Ciclo Básico he dedicado mucho tiempo a leer y analizar el rol de la universidad en nuestra sociedad. Definitivamente estamos involucrados en el seno de una de las instituciones que mayor responsabilidad ha tenido y tiene en los cambios de la sociedad occidental y desde el pasado siglo en todos los grandes procesos de la globalización. Que algunos se extrañen de su origen medieval es más fruto de una visión muy limitada lo que represento la Edad Media, especialmente desde el siglo XI hasta el XIV, fruto de la “mala imagen” construida por los renacentistas y posteriormente los ilustrados, que negando las fuentes de su pensamiento, se vieron a si mismos como herederos de la antigüedad, especialmente de Aristóteles, saltando los diez siglos del medioevo. Nada más falso. Aristóteles es rescatado precisamente por las mentes más elevadas de la Escolástica medieval, Alberto Magno y Tomás de Aquino, integrado de manera genial en la crítica de Guillermo de Ockham. Y ese rescate de Aristóteles se lo debemos al florecimiento intelectual de la cultura musulmana, que junto al pensamiento judío demostraron una actitud ecuménica maravillosa, pocas veces vista antes o después. Me estoy refiriendo, tal como lo indiqué antes, a los siglos del XI al XIV.
Si es cierto que debemos atender a la continuidad en el proceso entre escolásticos y renacentistas, no menos cierto es que la ciencia desarrollada a partir del siglo XVI aportó a la universidad nuevos medios y horizontes de investigación. Si la primera tendencia aporta el esfuerzo de una visión de conjunto de lo que es el ser humano y la realidad total donde se halla inserta -pensemos en las famosas Summas escolásticas-, la segunda aportar medios eficaces para conocer dicha realidad y transformarla mediante el desarrollo técnico para beneficio del ser humano. Hoy día esperamos de la universidad ambos resultados: reconocimiento de la integridad del ser humano como persona y ciudadano, y avances en el conocimiento de la realidad en todas sus dimensiones para enriquecer la vida de todos los habitantes del planeta. Lamentablemente muchas veces ambas posturas militan una contra la otra o en determinados espacios universitarios se abandona una de las dos.
La universidad es a la vez producto de la sociedad donde se haya inserta y mecanismo privilegiado de su transformación. Esto último por dos motivos fundamentales, primero por su dedicación a la profundización en el conocimiento, la investigación, y segundo por que en su seno se forjan nuevas generaciones que posteriormente intervendrán en el desarrollo de su sociedad. Si a la universidad, por motivos políticos, sociales, ideológicos o religiosos se le frena en su capacidad de innovación e investigación, la sociedad en su conjunto es castrada de los necesarios procesos de transformación para su desarrollo. Por otra parte, si la universidad no se desarrolla en sintonía con las necesidades reales de su sociedad, termina formando profesionales, pensadores y científicos inútiles para promover las transformaciones que todos necesitamos. Son dos extremos que representan un grave peligro para el desarrollo de una universidad y su relación con la sociedad.
Por supuesto ninguna universidad opera en el vacío, siempre hay vínculos que necesariamente limitan su desarrollo, viendo las cosas de manera realista. Una universidad estatal, que dependa de fondos públicos para su sostenimiento, siempre deberá estar en diálogo con el Estado para lograr cumplir sus objetivos sin negar las limitaciones que ellos implica. En el caso de ser privada y depender de la matrícula de sus estudiantes, sus acciones deberán tomar en cuenta las posibilidades reales de la demanda de carreras y los costos que es capaz de pagar el mercado donde se haya ubicada. Si quienes la regentean tiene una postura religiosa o ideológica definida, esto influenciará en prioridades y limitaciones propias de la manera de pensar de sus patrocinadores. Por tanto el ser de la universidad siempre será una tensión permanente entre su vocación de libertad para la investigación y la docencia, y las limitaciones que provienen de quienes le sustenta económicamente o la regentean.
Una perspectiva social adecuada es la existencia de varias universidades que desde distintas formas de financiamiento y regencia puedan ofrecer a la sociedad de manera complementaria investigaciones y profesionales graduados que se complementen unos a otros con el rasero común de la calidad. Igual que la prensa garantiza su libertad en la diversidad de medios, la multiplicidad de centros académicos es una buena garantía para que todas las opciones de estudio y formación profesional puedan tener cabida en la sociedad. La libertad de investigación y docencia es garantizada en la sociedad por dicha diversidad de universidades, cada una con sus limitaciones y posibilidades.
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